Neurobiologia
Las investigaciones destacan las similitudes entre los mecanismos neuroquímicos de la dependencia a sustancias y las llamadas adicciones comportamentales o sin sustancias, como el juego patológico. En esta última categoría entran las adicciones tecnológicas (móvil, redes sociales, videojuegos, etc.).
Para entender mejor cómo nos afectan las conductas adictivas, revisamos a continuación brevemente el diseño de nuestro cerebro.
En primer lugar, recordemos que tenemos diferentes circuitos o vías neuronales conectando múltiples áreas cerebrales separadas entre sí, a modo de una red de carreteras entre núcleos de población más o menos distantes. La red de carreteras transportadora de la información es la sustancia blanca, y los núcleos donde se produce la información, la sustancia gris. En los circuitos la información se transmite entre las neuronas que los forman mediante unas sustancias llamadas neurotransmisores, moduladores de la activación o inhibición de los circuitos cerebrales.
En las adicciones, hay unas vías neuronales mantenedoras del consumo de sustancias, cuya activación se refuerza con cada uso de las mismas. Estas vías son el circuito de recompensa/deseo – del que hablaremos más adelante-, y el circuito del placer; el primero vehiculizado por la dopamina y el segundo por las endorfinas o sistema opioide endógeno.
Por otro lado, en las adicciones, ante la falta de la sustancia o la reducción en la cantidad de la misma, se produce una activación de las vías de estrés, con intenso malestar físico y emocional.
La dopamina es el neurotransmisor más importante en la adicción. Las vías dopaminérgicas recorren todo un itinerario geográfico al iniciarse en áreas primitivas e ir ascendiendo anatómica y evolutivamente en el cerebro hasta zonas tan recientes como la corteza prefrontal, sede de nuestra personalidad, de nuestro yo.
Sabemos que las funciones de la dopamina son múltiples y a veces contradictorias, variando según la zona del cerebro donde ejerza su acción: desde el control del movimiento en el inicio del circuito, pasando por la motivación y el deseo, hasta las más evolucionadas como el aprendizaje, la planificación y la voluntad en las áreas prefrontales.
En una zona profunda del cerebro, llamada estriado ventral o núcleo acumbens, está el circuito de recompensa, en el que la dopamina es el motor de nuestros deseos. Haciendo un símil con los videojuegos, el núcleo acumbens es el cofre de recompensa que al abrirse – o activarse en este caso-, produce un aumento de dopamina, la moneda de cambio de nuestras pasiones. Esta auténtica criptomoneda cerebral media entre los estímulos que recibimos y la intensidad del impacto que tienen en nosotros.
Los estímulos naturales como la comida o el sexo disparan la dopamina y este aumento del neurotransmisor refuerza la repetición de la conducta para conseguir otra elevación semejante. Los estímulos artificiales asociados a drogas o conductas concretas producen un pico de dopamina todavía mayor y con el tiempo llevan a la sensibilización del circuito, que se sintoniza con este nivel elevado de dopamina y pierde la capacidad de activarse con la menor intensidad de los estímulos naturales.
El deseo de consumir la sustancia – inicialmente impulsivo, irreflexivo-, con el tiempo y la repetición, activa otra zona muy cercana al núcleo acumbens: el núcleo estriado dorsal, donde el deseo se vuelve compulsivo, automático, y consolidándose las conductas adictivas. El circuito de recompensa se refuerza con cada consumo hasta llegar a imponerse a nuestra voluntad mediante el “hackeo” de las áreas prefrontales por parte de estas áreas cerebrales más antiguas.
Como vimos más arriba, la falta de la sustancia o la prevención de la conducta adictiva producen un malestar intenso cuyo resultado es movilizarnos para reanudar la ingesta de la droga o la conducta adictiva cuanto antes. Como sabemos, esta tarea se convierte entonces en la más importante, por encima de la propia salud, las relaciones, etc.
El uso excesivo de tecnología, el uso de pantallas en un sentido amplio, tanto de tv como de móvil, consola y otros dispositivos, se asocia en los niños menores de cinco años con cambios estructurales en la sustancia blanca en áreas responsables de la lectoescritura, es decir, en su desarrollo cognitivo. En adolescentes se ha observado un daño en la sustancia gris y por tanto el envejecimiento prematuro de la corteza cerebral traducido clínicamente en la merma en las funciones ejecutivas y en la toma de decisiones.
Tanto las redes sociales como los videojuegos están diseñados para mantenernos centrados en ellos el mayor tiempo posible. Gracias a la combinación de estímulos sonoros, visuales, interacción online y por otro lado, al desarrollo del juego, plagado de retos, recompensas, exploración de mundos virtuales y otras estrategias, se activan múltiples neurotransmisores: adrenalina y cortisol, dopamina, serotonina, oxitocina, endorfinas, etc. en una experiencia global difícilmente igualable por las del mundo físico.
Tras esta revisión de los mecanismos neuronales de la adicción, podemos concluir que la tecnología usada excesivamente conlleva cambios neurobiológicos adversos, desadaptativos y duraderos similares a los observados en la dependencia de sustancias y la adicción comportamental.